lunes, 20 de agosto de 2012

Joaquín García Icazbalceta


Fue el décimo y último hijo del matrimonio que formaron Eusebio García Monasterio y Ana Ramona Icazbalceta y Musitu. Tras declararse la Independencia de México, en 1827, 1829 y 1833 se expidieron diversas leyes que decretaban la expulsión de los españoles radicados en México, razón por la que en 1829, la familia García Icazbalceta tuvo que emigrar a Cádiz.


Cuando en 1836 España reconoce la independencia de México, Joaquín García Icazbalceta regresó al país y conoció a Lucas Alamán. Posteriormente se dedicó con afán al estudio de las lenguas indígenas y la historia de México.
En 1854, contrajo matrimonio con doña Filomena Pimentel y Heras. Además de su labor de historiador y bibliógrafo, administró la hacienda deSanta Clara de Montefalco, de su propiedad, en el estado de Morelos, que fue quemada durante la revolución mexicana.
En 1875, fue miembro fundador de la Academia Mexicana de la Lengua, tomó posesión de la silla III el 25 de septiembre de 1875. Fue secretario de la institución de 1875 a 1883 y director desde 1883 hasta su muerte, la cual ocurrió el 26 de noviembre de 1894.2
Su primer trabajo importante fue la traducción de la Historia de la conquista del Perú, escrita por William H. Prescott, a la que adicionó con notas y varios capítulos, publicándola hacia 1849 y 1850. Entre 1852-1856 también colaboró con Manuel Orozco y Berra escribiendo diversos artículos que se publicarían en el Diccionario Universal de Historia y Geografía.
En 1850, inauguró su propia imprenta, misma que le servirá de herramienta para editar sus propios trabajos, que siempre se caracterizaron por su erudición y gran rigor metodológico.
García Icazbalceta escribió una biografía de Juan de Zumárraga, el primer arzobispo de México, derivando en una crítica al arzobispo y a las órdenes mendicantes que convirtieron a los nativos. En este trabajo, Icazbalceta contradecía las acusaciones de “ignorante y fanático” que liberales y protestantes lanzaban contra el arzobispo, al retratar a los franciscanos y al mismo arzobispo como salvadores de los indios quienes padecían la brutalidad de la autoridad civil. También destacó el papel del arzobispo en la promoción de instituciones educativas tales como el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, y le acredita con haber traído la primera imprenta al hemisferio occidental.
Particularmente objetó las acusaciones (hechas por fray Servando Teresa de MierCarlos María de Bustamante, y William H. Prescott) de que Zumárraga tomó parte en la destrucción de códices aztecas, argumentando no sólo que la mayor parte de dicha destrucción había ocurrido antes de la llegada de Zumárraga, sino que ningún cronista español menciona quema de libros, y que la única quema mencionada por Fernando de Alva Ixtlilxóchitl fue cometida por los tlaxcaltecas en 1520.
En esta biografía también aprovechó la ocasión para criticar la hipocresía que veía en los legisladores liberales quienes mientras atacaban al arzobispo argumentando crueldad hacia los indígenas, eliminaban las leyes que restringían el tráfico fuera del país de antiguas obras de arte indígena y otras expresiones de la cultura prehispánica.
GarciaIcazbalceta.jpgEl libro sirvió para restaurar la credibilidad de la orden franciscana como fundadora de la sociedad mexicana en la conciencia de la nación, pero levantó otros cuestionamientos: mucha gente se incomodó ante la falta de toda mención sobre la aparición de la Virgen María bajo la imagen de “Nuestra Señora de Guadalupe” o de la construcción de una capilla en su honor por parte de Zumárraga. De hecho, García Icazbalceta había escrito un capítulo sobre el tema, pero decidió finalmente no incluirlo a petición de Francisco Paula de Verea, obispo de Puebla. En este capítulo revelaba que no había encontrado ningún documento contemporáneo que hiciera referencia a la aparición, y que pudo identificar a la Imagen de la Virgen de Miguel Sánchez de 1648 como la primera imagen de la guadalupana.
A pesar de su prestigio como historiador preeminente de México, y de su conservadurismo político y devoto catolicismo, partidarios de las apariciones atacaron su reputación. Así, en respuesta a una demanda hecha por el arzobispo de MéxicoPelagio Antonio de Labastida, escribió un detallado relato titulado: "lo que la historia nos dice sobre la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe a Juan Diego". Hoy en día, a ese escrito se le conoce como "la Carta Antiaparicionista", y fue escrita por Icazbalceta como un escrito privado al arzobispo de México. El documento se filtró al público y ha sido publicado en diversas ocasiones.
En dicha carta detalló todos los problemas históricos que tenía la leyenda de la aparición. Entre estos se encontraba el silencio de los documentos históricos sobre el fenómeno en cuestión, particularmente la falta de toda mención por parte del mismísimo Zumárraga, la falta de mención sobre la aparición en todos los documentos nahuas mencionados por los historiadores, la imposibilidad del brote de las flores en el mes de diciembre (aspecto importante de la narrativa, si bien en la narración, dicha imposibilidad sería precisamente el milagro-prueba pedido por el obispo Zumárraga), y la improbabilidad de que “Guadalupe” fuera un nombre náhuatl. Citó además inconsistencias en los estudios hechos por Miguel Cabrera y José Ignacio Bartolache sobre el icóno, como razones para dudar sobre la historicidad de la aparición. Diversos autores y estudiosos respondieron a Icazbalceta, podemos mencionar a Fortino Hipólito Vera, obispo de Cuernavaca, Agustín de la Rosa, historiador, Primo Feliciano Velázquez, historiador y experto en náhuatl, etc.ç

Fuente: Wikipedia

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