Cuando en 1780 fue diseñado el trazo de la ciudad, se destinó un solar para la erección de una iglesia de grandes dimensiones. En un principio se construyó una capilla, dedicada al culto desde 1781, ubicada en el lugar de la actual sacristía. La primera piedra de la Parroquia fue colocada el 14 de febrero de 1793. En los primeros cinco años, la construcción procedió rápidamente, debido a la bonanza en que se encontraban las minas y a las generosas contribuciones de los feligreses. En agosto de 1797 el templo ya estaba en uso y se podía celebrar misa. Hacia 1798 descendió la bonanza y los trabajos procedieron más despacio. El 7 de septiembre de 1800, cuando ya estaban concluidos los dos primeros tramos del santuario, se derrumbó la cúpula, quedando sepultada entre sus escombros una mujer. Desde 1807 el arquitecto francés Juan Crouset, mismo que construyó la catedral de Monterrey, se hizo cargo de la obra. La abandonó en 1814 cuando ya la iglesia estaba a punto de terminarse, faltando sólo algunos detalles. La dedicación se verificó el 7 de diciembre de 1817, pero la profusión de adornos y de cera produjo un incendio que lastimó el edificio y algunos altares, por lo cual el uso del templo se hizo efectivo hasta 1820 o 1821. Durante la Revolución de 1910 se interrumpió el culto en la iglesia y fue confiscado el curato. En 1939 el padre Albino Enríquez, después de largas y difíciles gestiones, logró rescatarlo. Restauró y redecoró la Parroquia gracias a las limosnas de los peregrinos y elevó la torre donde fue colocado el reloj que Porfirio Díaz regaló, en su visita de 1895, a la mina de Santa Ana. El día 12 de julio de 1942 fue la bendición de las mejoras emprendidas. La primera imagen que se veneró en la capilla fue un óleo de 1.10 metros de ancho por 1.70 de alto, de la Limpia Concepción, retratada y tocada como la original del Real de Sierra de Pinos. La dedicación hubo lugar en 1781 y los padrinos fueron el fundador del Real de Catorce, licenciado Silvestre López Portillo y el primer párroco diocesano, el bachiller don Ignacio Aguilar. En 1795 ya se había reemplazado esta primera imagen con otra de bulto de 1.60 metros de alto, donada por don Francisco Miguel de Aguirre y dedicada a la Purísima Concepción, la cual se colocó en el Altar Mayor en un nicho de madera dorada con sus cristales. La fachada de la Parroquia es de estilo neoclásico con elementos dóricos. Las medidas interiores de la iglesia son: largo 53 metros, ancho 13, altura de las bóvedas 17 y de la cúpula 32. El piso es de grandes tableros de pinos que, gracias al clima, se conservan en buen estado. El gran órgano tubular de 1.200 flautas, construido en 1834 por José Tomás Tello de Orozco fue torpemente mutilado. Entre los altares de la Parroquia destaca el de San José, de estilo neoclásico, que conserva su estuco original, imitación de un mármol de gran calidad, de excelente diseño y proporciones. El altar Mayor es también de estilo neoclásico y fue repintado en blanco. Al centro se ubica un templete con la Purísima Concepción en su cristal. En el crucero izquierdo se puede apreciar un óleo de la Virgen de Guadalupe realizado por José de Alcíbar en 1784. El lienzo, de 1 metro de ancho por 1.80 de alto, está en un hermoso marco de plata blanca y dorada que consta de diez láminas que cubren la madera por el frente y los lados. La parte inferior está al descubierto ya que el adorno respectivo fue robado. El marco fue obra de José Mariano Ávila, reconocido platero de la Ciudad de México. La pintura de toda la iglesia fue restaurada alrededor de 1980. La imagen que más recibe culto es la del milagroso San Francisco de Asís, también conocido como "Panchito" o “El Charrito”.
El altar en donde está ubicado es de estilo neogótico y fue construido a principios del siglo veinte. La imagen se encuentra en la parte central del altar y es una escultura de madera articulada en brazos y piernas y que se puede poner de pie. Su día es el 4 de octubre, fecha en la cuál acuden miles de peregrinos a visitarlo, especialmente del norte de la república. Después de la Revolución los emigrados catorceños empezaron, año tras año, a regresar a su viejo hogar y rendir homenaje al milagroso santo, alimentando una tradición que se fue agrandando año tras año por cuenta exclusiva de la fe popular, hasta llegar a las colosales proporciones de su forma actual. Las paredes de la parte trasera del templo están adornadas por una multitud de retablos que los peregrinos dejan como ofrendas para agradecerle al santo las gracias recibidas. Es una expresión de arte popular que conmueve, por la sencillez y la ingenuidad de las pinturas y las oraciones.
Fuente: Real de Catorce
No hay comentarios:
Publicar un comentario