Te presentamos la historia de esta ingeniosa expresión que, a pesar del tiempo, se resiste a morir. Escribe tu “calavera” y “no dejes que la muerte venga y con ello, éstas perezcan”.
Cuando hablamos de la vida, la muerte tiene lugar. No son el temor ni la tristeza las compañeras de la “calaca” en esta ocasión. Son la escritura en verso y los grabados que dan vida a imágenes muy mexicanas, divertidas y jocosas, transformadas en una opción de desahogo cuando se vive un malestar.
Una de las tradiciones mexicanas en peligro de extinción son las “calaveras”, antiguamente llamadas “panteones”.
Las calaveras o panteones son como un epitafio-epigrama lacónico, dice el zamorano Eduardo del Río “Rius”, y están escritas en forma de verso dedicado a los amigos y a los otros, sólo en Día de Muertos. Una de sus características es que constituye una oportunidad para expresar lo que se piensa acerca del otro o de los otros, de espacios, funciones o cosas, de un régimen del pasado y del presente. No es fácil decir lo que uno piensa de los demás, por eso las calaveras constituyen una forma de literatura valiente.
Quienes escriben calaveras o panteones son personas que ven a la muerte con un sentido del humor, combinado con ingenio que le imprimen a sus escritos. Gustan desarrollar su imaginación para decir lo que piensan, aceptando el reto de comunicarse en verso, octavas o décimas de todos los sabores y gustos.
Esta forma de escritura se desarrolló desde el siglo XIX. Al cobrar fuerza en el siglo pasado, las calaveras comenzaron a ser censuradas por los gobiernos en turno, debido a que una gran cantidad sirvió como crítica a los funcionarios, pues en ellas se manifestaba la inconformidad que imperaba entre los gobernados. La policía llegó a confiscar o a destruir muchas de éstas, por eso no es fácil encontrarlas en las hemerotecas. A pesar de la censura, en el Día de Muertos se ejercía, y ahora muy poco, esta forma de escribir, con el consentimiento de las autoridades.
Hay quienes hicieron periodismo atrevido con las calaveras dedicadas a magistrados, maestros, poetas, militares, artistas y otros personajes, mismas que publicaban en hojas sueltas, en periódicos, revistas, y se vendían al público el 2 de noviembre. Entre estas publicaciones se encuentra La patria ilustrada, semanario del siglo XIX, que registra algunas de las calaveras más antiguas.
También hay quienes se manifestaron con gran fuerza en el arte sobre el tema de la muerte. El más reconocido por sus grabados e ilustraciones de calaveras fue José Guadalupe Posada. Sus calacas de Francisco Villa, de Zapata, sus famosas catrinas, Don Quijote de La Mancha y calaveras ciclistas, entre otras, dieron la vuelta al mundo.
Después de ese gran movimiento de masas e ideas que fue la Revolución Mexicana, arreció el control de escritos sobre la vida política y, como consecuencia, las calaveras abundaron para personajes famosos como Diego Rivera, Tata Nacho, Rodolfo Gaona, Joaquín Pardavé, Guty Cárdenas y otros.
A Diego Rivera: Este pintor eminente cultivador del feísmo se murió instantáneamente cuando se pintó a sí mismo.
A Guty Cárdenas: Este joven trovador se nos volvió vanidoso y de purito hablador yace olvidado en el foso.
A inicios de la década de 1940, el Taller de Gráfica Popular (donde colaboraban grabadores como Zalce, O’Higgins, Anguiano, Yampolski y otros) impulsó, entre otras actividades, las calaveras. En ellas podemos medir el descontento social, escolar o laboral. Por ejemplo, ésta que refleja el ingenio mexicano sobre salud, hecha en 1942, sacada de la extinta revista Los agachados:
Listas van y listas vienen,y las medicinas tienen precios exorbitantes. Cualquier dolor de barriga cuesta un dolor de cabeza y total nadie se alivia.La muerte que no es tan tonta ya puso su botiquita que es una preciosidad... Por supuesto con licencia de los de salubridad.
Con el surgimiento de su periódico El apretado, en 1950, Renato Leduc impulsó las calaveras sobre políticos, política y otros personajes de la vida pública, que aún circulan en el ambiente.
En la actualidad, las calaveras anónimas languidecen aunque las veamos aparecer en hojas, pasando de mano en mano en las calles, acompañando a las multitudes. Cada vez que se festeja el Día de Muertos, su producción es menor y escasos sus escritores.
Una de las tradiciones mexicanas en peligro de extinción son las “calaveras”, antiguamente llamadas “panteones”.
Las calaveras o panteones son como un epitafio-epigrama lacónico, dice el zamorano Eduardo del Río “Rius”, y están escritas en forma de verso dedicado a los amigos y a los otros, sólo en Día de Muertos. Una de sus características es que constituye una oportunidad para expresar lo que se piensa acerca del otro o de los otros, de espacios, funciones o cosas, de un régimen del pasado y del presente. No es fácil decir lo que uno piensa de los demás, por eso las calaveras constituyen una forma de literatura valiente.
Quienes escriben calaveras o panteones son personas que ven a la muerte con un sentido del humor, combinado con ingenio que le imprimen a sus escritos. Gustan desarrollar su imaginación para decir lo que piensan, aceptando el reto de comunicarse en verso, octavas o décimas de todos los sabores y gustos.
Esta forma de escritura se desarrolló desde el siglo XIX. Al cobrar fuerza en el siglo pasado, las calaveras comenzaron a ser censuradas por los gobiernos en turno, debido a que una gran cantidad sirvió como crítica a los funcionarios, pues en ellas se manifestaba la inconformidad que imperaba entre los gobernados. La policía llegó a confiscar o a destruir muchas de éstas, por eso no es fácil encontrarlas en las hemerotecas. A pesar de la censura, en el Día de Muertos se ejercía, y ahora muy poco, esta forma de escribir, con el consentimiento de las autoridades.
Hay quienes hicieron periodismo atrevido con las calaveras dedicadas a magistrados, maestros, poetas, militares, artistas y otros personajes, mismas que publicaban en hojas sueltas, en periódicos, revistas, y se vendían al público el 2 de noviembre. Entre estas publicaciones se encuentra La patria ilustrada, semanario del siglo XIX, que registra algunas de las calaveras más antiguas.
También hay quienes se manifestaron con gran fuerza en el arte sobre el tema de la muerte. El más reconocido por sus grabados e ilustraciones de calaveras fue José Guadalupe Posada. Sus calacas de Francisco Villa, de Zapata, sus famosas catrinas, Don Quijote de La Mancha y calaveras ciclistas, entre otras, dieron la vuelta al mundo.
Después de ese gran movimiento de masas e ideas que fue la Revolución Mexicana, arreció el control de escritos sobre la vida política y, como consecuencia, las calaveras abundaron para personajes famosos como Diego Rivera, Tata Nacho, Rodolfo Gaona, Joaquín Pardavé, Guty Cárdenas y otros.
A Diego Rivera: Este pintor eminente cultivador del feísmo se murió instantáneamente cuando se pintó a sí mismo.
A Guty Cárdenas: Este joven trovador se nos volvió vanidoso y de purito hablador yace olvidado en el foso.
A inicios de la década de 1940, el Taller de Gráfica Popular (donde colaboraban grabadores como Zalce, O’Higgins, Anguiano, Yampolski y otros) impulsó, entre otras actividades, las calaveras. En ellas podemos medir el descontento social, escolar o laboral. Por ejemplo, ésta que refleja el ingenio mexicano sobre salud, hecha en 1942, sacada de la extinta revista Los agachados:
Listas van y listas vienen,y las medicinas tienen precios exorbitantes. Cualquier dolor de barriga cuesta un dolor de cabeza y total nadie se alivia.La muerte que no es tan tonta ya puso su botiquita que es una preciosidad... Por supuesto con licencia de los de salubridad.
Con el surgimiento de su periódico El apretado, en 1950, Renato Leduc impulsó las calaveras sobre políticos, política y otros personajes de la vida pública, que aún circulan en el ambiente.
En la actualidad, las calaveras anónimas languidecen aunque las veamos aparecer en hojas, pasando de mano en mano en las calles, acompañando a las multitudes. Cada vez que se festeja el Día de Muertos, su producción es menor y escasos sus escritores.
Fuente: México Desconocido
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